Leon Hunter

Cicerón y la traducción

Cicerón y traducción

Cicerón y traducción

Optimus est enim orator, qui dicendo animas audientium et docet et delectat et permovet. Docere debitum est; delectare honorarium; permovere necessarium.

Óptimo es, pues, el orador que, con el decir, enseña y deleita y conmueve los ánimos de los que oyen. Enseñar, es debido; deleitar, honorífico; conmover, necesario.

Del óptimo género de los oradores

 

Sobre Cicerón y su libro Del óptimo género de los oradores

Cicerón, el máximo orador latino, tradujo obras de filosofía del griego al latín. De las pocas que conservamos, Cicerón parece traducir palabra por palabra de la fuente original; sin embargo, en el texto que hemos citado, reconoce haber hecho lo contrario:

Converti enim ex Atticis duorum eloquentissimorum nobilissimas orationes inter seque contrarias, Aeschini et Demostheni; nec converti ut interpres, sed ut orator, sententiis iisdem et earum formis tamquam figuris, verbis ad nostram consuetudinem aptis; in quibus non verbum pro verbo necesse habui reddere, sed genus omne verborum vimque servavi.

Vertí juntas, pues, las nobilísimas oraciones, y entre sí contrarias, de los dos más elocuentes de los áticos: Esquines y Demóstenes, y no las vertí como intérprete, sino como orador, con las mismas sentencias y con las formas de ellas, como figuras, con palabras aptas a nuestra costumbre; en las cuales, no tuve necesidad de devolver palabra por palabra, pero conservé todo el género de las palabras y su fuerza.

¿Debemos traducir palabra por palabra o interpretar el contenido?

Pero este criterio de traducción no está claro que fuera el que asumiera. Algunos estudiosos se inclinan por interpretar el De optimo genero oratorum como un texto de Cicerón a favor de que no se traduzca como intérprete, sino como orador, y otros, al contrario, ven a Cicerón como partidario de la fidelidad a la forma del texto original.

Una obra importante para el arte de la traducción por la elección que plantea

En la introducción al De optimo genere oratorum, Bulmaro Reyes nos informa de que esta obra es importante para el arte de la traducción porque en ella se plantea por vez primera la problemática en la elección de la forma de traducir un texto: elegir entre traducir palabra por palabra del texto original o atendiendo solo al contenido. Esta segunda opción se denomina “traducción libre” (en francés belle infidèle).

El buen traductor, según Cicerón

El De optimo genere oratorum fue un texto que Cicerón escribió en torno al 46 a.C. Resulta en algunos puntos bastante desordenado, conciso y sintético, aunque el tema principal del texto esté claro: qué es lo que hace al buen orador serlo; en cuanto a la razón de que esta composición presente estas características puede que se debiera a lo que escribe Grimal:

Acerca del mejor genero de oradores, de la que no se sabe cuándo fue publicada, ni tampoco si lo fue, pero que debía servir de introducción a la traducción por parte del mismo Cicerón, de dos discursos, uno de Demóstenes y el otro de Esquines (el Contra Ctesifón del segundo y el discurso Sobre la corona del primero)

(p.100, Pierre Grimal)

En este texto, Cicerón no parece dar instrucciones sobre cómo traducir un texto, sino más bien cómo componer oraciones al estilo ático y presentar cuál es el problema fundamental de la traducción, en el cual parece situarse en un término medio (esto lo explicaremos más adelante). Además, la figura del buen orador nos puede dar pistas sobre qué podía entender Cicerón por buen traductor:

[…] est tamen oratori, quem quaerimus, controversias explicare forenses dicendi genere apto ad docendum, ad delectandum, ad permovendu.

[…] le es necesario al orador que buscamos, explicar las controversias forenses con género del decir apto para enseñar, para deleitar, para conmover.

Influencia de Cicerón en otros autores y traductores

Y además, a pesar de que el De optimo genere oratorum no nos ofrezca instrucciones sobre cómo traducir, sirvió de inspiración para algunos traductores como Fray Luis de León, que sobre la traducción escribe lo siguiente:

Sin añadir ni quitar sentencia, y con guardar cuanto es posible las figuras del original y su donayre, y hazer que hablen en castellano y no como estranjeras y advenediças, sino como nacidas de él y naturales (p.35, Del óptimo género de los oradores)

Y en otro lugar, dice Fray Luis de León:

El que traslada […] ha de ser fiel y cabal, y si fuere posible, contar las palabras, para dar otras tantas, y no mas, de la misma manera, cualidad, y condición y variedad de significaciones que las originales tienen, sin limitallas á su propio sonido y parecer, para que los que leyeren la traducción puedan entender la variedad toda de sentidos á que da ocasión el original si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere. El extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entienda, y con guardar la sentencia que mas agrada, jugar con las palabras, añadiendo y quitando á nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo oficio es; y nosotros usamos de él, después de puesto cada un capítulo, en la declaración que se sigue (p.36, Ibid.)

 

Ideas del De optimo genere oratorum

Analizando el propio De optimo genere oratorum, podemos apreciar el objetivo del texto: clarificar qué significa ser un buen orador, un óptimo orador, un orador perfecto. Los primeros requisitos los hemos anticipado ya en la cita inicial. El buen orador debe decir, enseñar, deleitar y conmover.

Las ideas contenidas en este texto las sintetizaremos en este orden. Cicerón enuncia su primera tesis sobre la oratoria como un género que no se divide en otros tantos, como sí lo hace la poesía (por ejemplo: poesía épica, trágica, ditirámbica, etc.), sino que la oratoria compone un único género. Al orador no se le distingue por el tipo de oratoria sino por el tipo de manejo que posee de esa misma oratoria (es decir, por el “grado”; o por lo que más adelante Cicerón denomina “facultades”). De este modo, Cicerón busca las características del mejor orador (que para él serían Esquines y Demóstenes).

Nam quoniam eloquentia constat ex verbis et ex sententiis, perficiendum est, ut pure et emendate loquentes, quod est Latine, verborum praeterea et propriorum et tralatorum elegantiam persequamur: in propriis, ut lautissima eligamus; in tralatis, ut similitudinem secuti verecunde utamur alienis.

Pues ya que la elocuencia consta de palabras y de sentencias, ha de lograrse que, los que hablamos con pureza y enmienda, lo cual es en latín, además de que alcancemos la elegancia de las palabras propias y de las trasladadas, en las propias, elijamos las pulidísimas; que en las trasladadas, persiguiendo su similitud, usemos moderadamente de las ajenas.

Aquí parece presentar una teoría de la traducción en la que se sitúa en un término medio entre traducir palabra por palabra y traducir recogiendo el contenido del original plasmándolo con otras palabras, o con la misma palabra del original. En el caso del latín, según Cicerón, se debería presentar la oratoria teniendo en cuenta -por igual- la elegancia (es decir, la forma del lenguaje) y el significado (el contenido del lenguaje). De esta manera, si una palabra en latín refleja un significado de la misma manera que una palabra en griego (por ejemplo), se elija la palabra latina más específica para ese significado; si no existe esa palabra latina, entonces se debería usar la misma palabra griega («moderadamente»).

Y en esta lógica, el buen orador debe entender que el decir se compone de palabras que enseñan (deben ser “agudas”, según Cicerón; con lo que deben ser palabras que expresen con la mayor claridad y delimitación las realidades que designan), deleitan (deben ser “vívidas”; con lo que deben causar impacto, y excitar, en este punto, la sensibilidad de la audiencia) y conmover (deben ser “graves”; es decir, interpretamos que deben contener una profundidad que supere la superficialidad de las palabras del lenguaje cotidiano).

Y más adelante escribe:

[…] et sententiae suam compositionem habent, ad probandam rem accommodatum ordinem.

[…] también las sentencias tienen su composición: el orden acomodado para probar la cosa.

Con sententia (“sentencia”), puede referirse a la aseveración de un pensamiento o a una resolución judicial. En el primer caso, la lengua debe ajustarse al orden de las cosas; en el segundo caso, la resolución debe coincidir con la justicia. Sobre la justicia es interesante las reflexiones que lleva a cabo en uno de sus escritos, Sobre los deberes, en el que expresa que para actuar con justicia se debe actuar moderadamente, y que para emprender una obra hemos de observar tres principios: el primero es que el apetito (el deseo) esté subordinado a la razón, que es el más relevante; el segundo es que prestemos atención a la importancia de aquello que vamos a hacer; el tercero: el respeto a la dignidad del hombre. Lo justo no entra en contradicción con lo útil.

La memoria: la base sobre la que se asienta la buena redacción / oratoria

Siguiendo con su obra sobre la oratoria, no menos interesante es la cita siguiente:

Sed earum omnium rerum, ut aedificiorum, memoria est quasi fundamentum, lumen actio

Pero de todas estas cosas, la memoria es, por así decir, el fundamento, como el de los edificios; su lumbre, la acción.

Con lo que se puede deducir que la memoria hace posible las palabras y las sentencias, porque requieren de un contenido, y su lumbre es la acción porque son capaces de provocar, incitar, remover los ánimos de quien las escucha.

La siguiente idea importante que debemos destacar es la capacidad para juzgar que tiene aquel que no es apto para la oratoria. Cicerón pone el ejemplo de un pintor: una persona puede pintar muy mal, y, sin embargo, juzgar muy bien cómo pintan otros. De la misma manera, puede haber alguien con poca elocuencia, y, no obstante, enjuiciar certeramente la capacidad oratoria de otro.

Podría uno preguntarse, en relación con la cuestión de la traducción, si alguien que no conoce la lengua de la que proviene la traducción de una obra puede juzgar con rectitud su traslación. Teniendo en cuenta factores como que ciertas palabras tienen matices en su significado dificilmente traducibles a otras lenguas, la diferencia cultural, etc., quizás no sea posible. Por otro lado, ¿se puede aprender bien una lengua sin vivir, al menos un tiempo, allí donde se originó esa lengua? Si la respuesta es negativa, juzgar una traducción ya no solo dependerá del conocimiento de las dos lenguas, sino del modo en que se ha conocido la lengua extranjera.

 

Conclusión

El buen orador, como quizás el buen traductor, debe ejercer, para Cicerón, las virtudes que hemos descrito (decir, enseñar, deleitar y conmover) para alcanzar el grado máximo de perfección en su género:

[…] verba persequens eatenus, ut ea non abhorreant a more nostro -quae si e Graecis omnia conversa non erunt, tamen ut generis eiusdem sint elaboravimus-

[…] siguiendo las palabras hasta tanto que ésas no aborrezcan nuestra costumbre -las cuales, si no fueran vertidas todas de las griegas, sin embargo, hemos trabajado para que sean del mismo género.

Del óptimo género de los oradores

 

Bibliografía

Cicerón: del óptimo género de los oradores, traducción de Bulmaro Reyes,  editorial UNAM (2018)

Cicerón, Pierre Grimal, Gredos

Sobre los deberes, Marco Tulio Cicerón, Tecnos