Leon Hunter

Economía del lenguaje o por qué menos siempre es más

Economía del lenguaje o por qué menos siempre es más.

Economía del lenguaje o por qué menos siempre es más.

Las lenguas humanas se articulan, por norma general, en torno a tres características: por un lado, la creatividad —es decir, la capacidad para crear nuevas expresiones gracias a nuestro conocimiento lingüístico—; por otro, el simbolismo o la capacidad del lenguaje para conectar con la realidad a través de las palabras; y, por último, la economía lingüística, que responde a los principios de eficiencia, dualidad e intercambiabilidad (Hockett, 1965; Martinet, 1960). Este último aspecto es el que analizaremos en las próximas líneas para demostrar que, en materia del lenguaje, se puede aplicar la máxima de menos es más.

¿Qué es la economía lingüística?

Lo primero que cabe decir es que la economía lingüística alude principalmente a la ley del mínimo esfuerzo. Es decir, la lengua como reflejo de la tendencia humana a obtener el máximo efecto posible a partir del mínimo esfuerzo. Este hecho se ve reflejado, por ejemplo, en la propia estructura de las lenguas: combinamos un número limitado de fonemas con los que articulamos palabras que, a su vez, combinamos con otras para proferir un enunciado. Esto es lo que se conoce como dualidad o doble articulación.

La economía lingüística también redunda, según Escandell (2011), en la intercambiabilidad del lenguaje: podemos ser transmisores y receptores de mensajes indistintamente. Por ejemplo, cuando saludamos a alguien somos emisores y, si esta persona nos devuelve el saludo, pasamos a tener un rol de receptor. Tal principio, además, está ligado al de la eficiencia, que es quizá el que se asocia en mayor medida a lo que comúnmente se entiende por economía lingüística. Tal y como asegura Moreno Cabrera (2000), «su esencia está en que podemos utilizar las mismas expresiones una y otra vez para decir cosas totalmente distintas. Por ejemplo «él la ve» se puede utilizar para decir cosas muy distintas según a qué personas nos refiramos al usar los dos pronombres implicados y el momento en que emitamos esa oración».

A partir de estas ideas se puede inferir que el principio de economía radica en que las lenguas se basan en la administración de unos recursos lingüísticos limitados y, a partir de ellos, se obtienen el beneficio de la comunicación. En nombre de la economía lingüística, se argumenta que el desdoblamiento de género —v. gr., «estimados alumnos y estimadas alumnas»— es innecesario, pues va contra la norma de minimizar el esfuerzo y de decir más con menos palabras.

También se entiende como antagónica a la economía del lenguaje la redundancia, entendida como la repetición de una información ya contenida en el mensaje con diferentes finalidades, como puedan ser el dotar al mensaje de mayor expresividad —como cuando decimos «¡sube para arriba!»— o para ayudar al receptor a descodificar el mensaje.

La economía lingüística en el ámbito jurídico 

Otro caso en el que se aprecia la falta del principio de economía lo encontramos en el lenguaje jurídico, y no solo por ser tratarse de discursos en los que tiene presencia una sintaxis complicada y llena de oraciones subordinadas y aposiciones, sino también porque el mensaje se diluye y se vuelve incomprensible.

Por esta razón existe una Comisión de Modernización del Lenguaje Jurídico con el objetivo de aportar recomendaciones que permitan hacerlo más comprensible tanto para los profesionales del derecho como para el resto de ciudadanos. De hecho, en la Carta de Derechos del Ciudadano ante la Justicia se expresa lo siguiente:

El ciudadano tiene derecho a que en las sentencias y demás resoluciones judiciales se redacten de tal forma que sean comprensibles por sus destinatarios, empleando una sintaxis y estructura sencillas, sin perjuicio de su rigor técnico.

El sesquipedalismo o archisilabismo

Esta simplificación del lenguaje no solo atañe a la estructura de los discursos jurídicos, sino también a la terminología empleada tanto en el ámbito jurídico como en nuestras conversaciones cotidianas. Este fenómeno se conoce como sesquipedalismo, archisilabismo o polisilabismo, y hace referencia a un vicio del lenguaje por el cual se alargan innecesariamente las sílabas de las palabras o se crean locuciones redundantes. De esta manera podemos encontrar términos como secuenciación en lugar de secuencia, influenciar en lugar de influir, domiciliación por domicilio o invisibilización en lugar de ocultamiento.

De igual manera, es frecuente encontrar expresiones que resultan redundantes y que se rigen por un principio contrario al de la economía del lenguaje anteriormente descrita. Así pues, podemos escuchar o leer construcciones como precipitaciones en forma de nieve en lugar de nieve, período vacacional en vez de vacaciones, ejemplo paradigmático en lugar de ejemplo o en vías de desarrollo por en desarrollo, por citar tan solo algunos ejemplos.

Lo descrito hasta ahora se enmarca en el denominado lenguaje claro, que propugna la simplificación del lenguaje a nivel sintáctico y a nivel léxico, puesto que el objetivo de toda comunicación es que tenga lugar de forma eficiente y, como se ha señalado, tal característica forma parte de la denominada como economía del lenguaje. En muchos casos olvidamos que la falta de claridad de un discurso, ya sea por una sintaxis enrevesada, por el uso de expresiones redundantes  o por el alargamiento de las palabras, está denotando, en realidad, imprecisión a la hora de comunicar.

Como ya se ha mencionado, la economía del lenguaje se basa en el mínimo esfuerzo de procesamiento del mensaje tanto para el emisor como para el receptor. Por ello, debemos ser más empáticos a la hora de transmitir una idea, pues con ello conseguiremos dos cosas: que nos cansemos menos al hablar o escribir y que el receptor no tenga que hacer un sobresfuerzo por entendernos.

Referencias bibliográficas:

Escandell, M. V. (coord.) (2011). Invitación a la lingüística. Madrid: Editorial Centro de Estudios Ramón Areces.

Hockett, C. (1965). Sound Change. En Language, 41, pp. 185-204.

Martinet, A. (1960). La linguistique synchronique. París: Presses Universitaires de France.

Moreno Cabrera, J. C. (2000). Curso universitario de lingüística general. Madrid: Síntesis.