Leon Hunter

El arte de la memoria en la Antigüedad

Memoria

El arte de la memoria en la Antigüedad

El interés por ejercitar la memoria es un hecho que se viene haciendo desde antiguo. Tanto en el mundo helénico como en el romano existieron diferentes técnicas y estrategias mnemotécnicas que servían tanto a oradores como a poetas a la hora de recitar discursos o poemas. Por tal razón, en las próximas líneas vamos a hablar del arte de la memoria en la Antigüedad.

En la mitología

En la mitología griega, Mnemosine era la personificación de la memoria. Hija de Urano y Gea, de su unión con Zeus, durante nueve noches seguidas, nacieron las nueve divinidades encargadas de inspirar las artes: las Musas. En griego, la voz μνήμη mnéme —de donde procede el nombre de Mnemosine— significa ‘memoria’, y de ahí es de donde viene en castellano la palabra mnemotecnia ‘procedimiento de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo’ y mnemónico ‘perteneciente o relativo a la memoria’.

También en dicha mitología se alude al personaje de Mnemón —cuyo nombre significa, literalmente, ‘el que se acuerda’ o ‘el que hace recordar’—, que era el encargado de recordarle a Aquiles que, antes de matar a alguien, se acordara de que este no podía ser hijo del Dios Apolo, pues si lo hacía, moriría en la guerra de Troya. Aquiles no siguió tales consejos y mató a Tenes, hijo de Apolo, de forma que el Pelida Aquiles ya nunca pudo escapar de su destino.

El arte de la memoria

La invención del arte de la memoria se ha atribuido —concretamente por Cicerón y Plutarco— al poeta Simónides de Ceos (556-468 a. C.). Según cuenta Cicerón en su obra De oratore (2007, II, I), el origen de la mnemotecnia tuvo lugar en un banquete celebrado en la casa de un noble llamado Scopas. El poeta Simónides fue contratado para recitar un panegírico en honor del anfitrión; pero tal poema incluía un pasaje que elogiaba a Cástor y Pólux, lo que provocó el enfado del noble. Por tal razón, dijo que solo le pagaría a Simónides la mitad de lo acordado, y que la otra mitad debería recibirla de los gemelos —Cástor y Pólux— a los que también había dedicado el poema. Acto seguido, en mitad del banquete, se llamó a Simónides para que saliera al exterior de la casa, y en ese momento, según la leyenda, se derrumbó el techo de la casa y murieron todos los allí presentes. A pesar de la dificultad para identificar los cadáveres, Simónides recordaba los lugares en que habían estado los huéspedes, de forma que fue capaz de indicar de quién era cada cuerpo sin vida.

A partir de esta anécdota se pretende dar cuenta de la importancia de tener en cuenta una disposición ordenada de las imágenes mentales y de la relevancia de conferir posiciones a los conceptos de nuestra mente para poder memorizarlos. Así lo cuenta Cicerón (2007):

[Simónides] infirió que las personas que deseasen adiestrar esta facultad [de la memoria] habrían de seleccionar lugares y formar imágenes mentales de las cosas que deseasen recordar, y almacenar esas imágenes en los lugares, de modo que el orden de los lugares preservara el orden de las cosas, y las imágenes de las cosas denotaran las cosas mismas, y utilizaríamos los lugares y las imágenes respectivamente como una tablilla de escribir de cera y las letras escritas en ella (cit. en Yates, 2005, p. 18).

El arte de la memoria, por tanto, está ligado desde sus inicios a la relación con los espacios. Por esta razón, se ha convenido en denominar a este hecho mnemotecnia de lugares e imágenes (también conocido como método loci, del latín locus ‘lugar’). De esta manera, la contemplación de los lugares es la que funda la disciplina de la memoria, esencial para el orador: «El recordar las cosas es lo propio del orador. Y podemos marcarlas colocando adecuadamente los personajes significativos para poder identificar el contenido con las imágenes y la secuencia con los lugares donde las colocamos»  (Cicerón, 1987).

La memoria y la oratoria

Así pues, es preciso mencionar que el arte de la memoria se ha englobado desde antiguo en la retórica, pues la técnica de ejercitar la memoria era la que permitía al orador hilvanar largos discursos con absoluta precisión. Tal y como apunta Quintiliano en sus Instituciones Oratorias (1887), el proceso de memorizar oraciones tiene que realizarse detenidamente: «Si se ofreciere haber de aprender de memoria una oración larga, será útil aprenderla por partes, porque se fatiga la memoria con la mucha carga, y estas partes no han de ser extremadamente cortas» (I, IV).

Es también Quintiliano quien propone recurrir al método de los lugares para memorizar discursos; para ello, debemos imaginar un edificio espacioso con diferentes estancias que, mentalmente, se tendrán que recorrer mientras se realiza dicho discurso. Es decir, se memorizan distintos lugares de un edificio a los que se asocia diferentes partes del discurso; de esta manera, en el momento de enunciarlo, el propio recorrido mental por el edificio nos hará recordar las distintas partes de lo que debemos enunciar.

En definitiva, se puede decir que el arte de la memoria redunda en la asociación entre los lugares —o imágenes mentales— y los conceptos, razón por la cual se puede hablar de una mnemotecnia arquitectónica: los lugares que tengan cabida en nuestra mente serán los que permitan que seamos capaz de recordar cualquier material. 

Referencias bibliográficas:

Cicerón, M. (1987). De Finibus. (Traducción de Víctor José Herrero). Madrid: Gredos.

Cicerón, M. (2007). Sobre el orador. (Traducción de Javier Iso). Madrid: Gredos.

Quintiliano (1887). Instituciones oratorias (Traducción de Ignacio Rodríguez y Pedro Sandier). Madrid: Librería de la viuda de Hernando y C.ª. Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/instituciones-oratorias–0/html/fffbc2d6-82b1-11df-acc7-002185ce6064_41.html.

Yates, F. (2005). El arte de la memoria. Madrid: Ediciones Siruela.