Leon Hunter

Escribir para el bien vivir

Escribir para vivir

«Narramos, escribimos y leemos porque hemos fabricado la fabulosa herramienta del lenguaje humano. Por medio de las palabras, podemos compartir mundos interiores e ideas quiméricas.»

-Irene Vallejo

Quizá sea cosa ingenua, pero genuinamente considero que a todos los humanos nos gusta escribir. Por supuesto que me he encontrado con personas que me dicen que ni les gusta ni se les hace fácil escribir, pero en el fondo sigo creyendo que de saberlo abordar correctamente, el escribir siempre gusta. Para mí escribir es sinónimo de pensar, con la única diferencia de que la escritura es un pensamiento ordenado mientras que el pensamiento es una idea que no ha sabido formalizarse. 

Con tal de defender las propiedades -casi medicinales- de la escritura, quise escribir este artículo con distintas situaciones en la que el escribir ayuda a las personas.

Desahogo emocional

La época de mayor tumulto emocional suele ser la adolescencia. Recuerdo cuando era pequeña y veía películas en las que exageraban el papel de “adolescente  incomprendido” siempre me parecía una simple ficción, y estaba segura de que yo no sería así. Por supuesto, fui  tan molesta y exagerada como mostraban las películas hasta que empecé a madurar. 

Lo curioso de la edad, es que en muchas ocasiones al enfrentarme a un problema no muy grande, sentía que se me caía el mundo a pedazos. No solo tenía esta sensación, sino que sabía que era tan desproporcionada como la percibían los demás, pero aun así me costaba muchísimo controlarlo. 

Por eso mismo, me sorprendió tanto una vez que mi profesora de inglés nos confesó cómo la escritura la ayudaba cuando se enfrentaba a una situación de fuerte carga emocional, especialmente, enojo. 

A fin de curso, nos leyó un poema en el cual iba nombrando cualidades positivas de cada alumna del aula, pero antes de leerlo nos contó como un día de esos en los que todo el grupo estaba revolucionado y casi no pudo dar clase, llegó bastante molesta a su casa. Allí, tomó una hoja blanca y un lápiz y escribió todo lo que deseaba decirnos en ese momento de tensión. Habiéndose desahogado, dejó la hoja a la cual había trasladado su rabia sobre la mesa y se fue a dormir. A la mañana siguiente, volvió a leer la hoja y se horrorizó al comprobar la dureza de sus palabras de la noche anterior. 

Así, descubrió que al poner sus pensamientos en orden y escribirlos, resultaba evidente lo exagerado de su percepción del evento del día anterior. Se sintió tan mal (a pesar de que solo había leído ella el texto) que escribió el poema que mencioné anteriormente para obligarse a enfocarse en todo lo positivo que aportábamos al aula cada una. 

La historia no se me ha olvidado después de diez años, porque fue de los primeros momentos en los que me di cuenta que incluso los adultos tenían momentos en los que las emociones los superaban, y me sorprendió aún más cómo el escribir podía ayudarme en el futuro. 

Memoria ilustrada 

A lo largo de la vida pasamos por cientos de versiones de nosotros mismos y cada versión está influenciada por las personas que nos rodean, sitios done estamos y eventos que nos suceden. Debido a que los cambios que sufrimos como personas no son instantáneos, sino que son graduales, a veces no somos conscientes de dichos cambios. Sin embargo, al escribir, tenemos una ilustración de todas nuestras versiones pasadas. Gracias a la escritura, especialmente a la de los diarios y los mensajes de texto, se pueden revivir los nervios de una primera cita, la incertidumbre después de los exámenes de acceso a la universidad y tantos otros eventos importantes y mundanos que inciden en nuestro modo de ver el mundo que nos rodea. La escritura es testigo de cómo y en qué aspectos ha cambiado nuestro pensamiento, tanto para bien como para mal. 

Un claro ejemplo de esto, son los diarios de viaje. Como nostálgica que soy, antes de tan siquiera empezar un viaje me golpea el hecho de que se va a acabar. Por más dramático que suene, esta misma nostalgia me ha recordado siempre de la fugacidad de los momentos -tanto buenos como malos- y ha hecho que me asegure de disfrutar aquello que vivo, precisamente porque sé que se va a acabar. Como herramienta para disfrutar y recordar, intento hacer dos cosas: tomar muchas fotografías y escribir un resumen del día por la noche. Al llegar a casa, imprimo las fotos en orden cronológico y las pego en un álbum. Junto a las fotografías, reescribo aquello que deseo recordar. 

Me he sorprendido ya viendo álbumes de no hace tanto tiempo, igual dos o tres años, en los que al ver las fotos y leyendo las anotaciones recuerdo detalles, momentos e incluso personas de las que me había olvidado, pero que me hace ilusión recordar. 

Ejercicio espiritual 

Para los creyentes, algo que en ocasiones parece obstaculizar la posibilidad de tener una relación con Dios es la de no saber rezar. Hay cientos de libros, consejos y demás herramientas que enseñan a rezar, cada una distinta. Sin embargo, lo difícil de rezar, es que al tratarse de una relación personal con quien consideramos otra persona, es muy difícil de enseñar. Sería como pedirle a mi madre que me enseña a querer a un amigo. 

Algo que suele ayudar, es escribir nuestros pensamientos como si fueran un diario, y como si el diario fuese Dios. Depositar en las páginas nuestras inquietudes, alegrías, enojos y reflexiones, con la esperanza de que estén siendo escuchadas por Dios. Así, al tratarlo como un amigo o un padre amoroso a quien le contamos de nuestro día, en vez de un ser supremo inalcanzable, la tarea de rezar se vuelve más sencilla.

Palabras eternas

La comunicación epistolar parece ser de tiempos pasados, de cuando no existía WhatsApp y las distancias no podían acortarse tan fácilmente como ahora. Sin embargo, con los años he ido aprendiendo que si bien valen más las acciones que las palabras, en cuanto a las palabras, las que están escritas y pueden ser releídas son a veces las más valiosas. Cartas que expresan cariño, perdón y orgullo son algunos de mis recuerdos más preciados. 

No solo para conservar, sino también para compartir. Cuántas historias hay de personas que pueden leer las cartas que se compartían sus padres cuando eran unos jóvenes, o cartas de familiares que vivían en el extranjero y narraban sus epopeyas lejos de casa. Las cartas, gracias a su formato, permiten que el remitente abra su corazón y redacte en el papel los pensamientos más íntimos que tenga. Si la carta no se comparte, se trata de una forma de desahogarse, pero cuando se comparte, puede convertirse en un recuerdo preciado.

La ventaja que tiene escribir cartas, es que nos permite decir todo aquello que, o bien no nos atrevemos a decir a la cara, o bien no queremos que quede en el aire; escribir es la forma de materializar promesas, buenos deseos, declaraciones de amor, confesiones y perdones.

Agradecer como hábito 

Hace unas semanas, estuve en un congreso donde pude escuchar una charla del profesor de Harvard y científico social Arthur Brooks. Este profesor americano es experto en todo lo relativo a la felicidad, razón por la cual da una clase de esto mismo en la escuela de Negocios de Harvard. Hay una larga lista de espera para poder acceder a esta clase, debido a la alta demanda que genera, y también existe un enlace clandestino organizado por los estudiantes, mediante el cual quienes no tienen sitio en el aula pueden aprender de él de todos modos. Pinchando aquí puedes acceder a una entrevista de Brooks para la revista Nuestro Tiempo.

En su conferencia, el profesor Brooks explicó que le daba clases a mentes brillantes, las cuales en muchos casos venían de familias adineradas que parecían no tener ningún problema. Sin embargo, constantemente llegaban a hablar con él alumnos que le confesaban que, a pesar de todo, no eran felices. 

Evidentemente, cada quien tiene una vida distinta y puede sentirse infeliz ya sea por no enfocarse en  lo importante, o por una condición más seria como una depresión. Dejando de lado los casos patológicos, el profesor Brooks les propuso una tarea: que todas las semanas, encontraran un momento para sentarse tranquilos, y escribir una lista de cinco razones por las cuales estaban agradecidos esa semana. Al ponerlo en práctica, un gran porcentaje de sus alumnos llegaron a buscarlo a las pocas semanas para decirle que esta simple acción les hizo darse cuenta de que eran mucho más afortunados de lo que pensaban, y de que la percepción de su nivel de satisfacción vital había aumentado. En otras palabras, se sentían más felices.

A veces damos por sentado todas las cosas buenas que nos suceden y que tenemos, pero al obligarnos a nosotros mismos a sentarnos y redactar aquello por lo cual sentimos agradecimiento, nos damos cuenta de que las cosas no estaban tan grises como las pintábamos anteriormente.

¡A escribir!

Si todavía no te convence lo mucho que te puede ayudar la escritura, es probablemente porque no lo has aplicado. Por ello, te animo a desahogarte, recordar, rezar, declarar tus sentimientos y agradecer, todo de la mano de la tinta y el papel. 

 

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