Leon Hunter

La paronimia o el arte de confundir palabras

La paronimia o el arte de confundir palabras

La paronimia o el arte de confundir palabras

Hay palabras que, por cuestiones de semejanza etimológica o fonética, solemos confundir con asiduidad. Los parónimos —así se llaman las palabras que tienen cierta relación con otras— constituyen un interesante ámbito de estudio, y su conocimiento puede ahorrarnos un mal uso de ciertos términos en determinados contextos. La confusión de unas palabras con otras puede deberse a diferentes motivos, como puede ser el sonido o la morfología de dichas palabras. 

Un ejemplo paradigmático se puede observar en los verbos infligir e infringir. Resulta evidente que la asociación de un término con otro no responde a cuestiones semánticas, sino meramente a aspectos fónicos o gráficos. Así pues, mientras que el primero significa ‘causar daño’ o ‘imponer un castigo’, el significado del segundo es el de ‘quebrantar leyes, órdenes, etc.’. A pesar de su distancia semántica, la semejanza de sonido hace que  se intercambien frecuentemente. Los siguientes son ejemplos de uso correcto de ambos términos:

«El cabildo de Othón P. Blanco determinó que el alcalde Enrique Alonso Alcocer no infringió ninguna ley en el viaje que hizo a Costa Rica […]». (Diario de Yucatán, 04/09/1996);

«En la madrugada de ayer, Nigeria infligió un turbador 3-0 a Bulgaria» (La Vanguardia, 23/06/1994).

Sin embargo, también es posible encontrar ejemplos en los que ambos verbos se intercambian y, por tanto, su empleo no es correcto. Por ejemplo:

«De puertas a fuera los organismo europeos avalan que Italia no infligió la norma al tirar de chequera para rescatar a Banca Popolare di Vicenza […]» (Lainformación.com, 10/07/2017).

En este caso, se debería haber utilizado el verbo infringir, puesto que su significado es el de saltarse una ley, norma o precepto. Además, como consecuencia de la confusión de ambas palabras se forman términos híbridos como inflingir, como se puede ver en este otro ejemplo —en el que, por significado, debería aparecer el verbo infligir—:

«Moscú, por boca de Peskov, ha calificado este paquete legislativo de”tentativa de impedir un eventual diálogo entre ambos países, y de inflingir mayor daño a las perspectivas” sobre las “relaciones bilaterales” rusoestadounidenses». (El Periódico, 10/01/2017).

Otras palabras que generan confusiones son mortandad  ‘gran cantidad de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra’ y mortalidad ‘tasa de muertes producidas en una población durante un tiempo dado, en general o por una causa determinada’. Como se puede ver en el siguiente enunciado, lo correcto hubiera sido emplear mortalidad y no mortandad:

«El índice de mortandad de las colmenas de Extremadura se sitúa en la actualidad por encima del 30 por ciento» (Hoy Digital, 08/01/2017).

También es común la confusión entre los términos israelí e israelita. A pesar de su semejanza, el significado difiere en buena medida. El primero de ellos alude a las personas nacidas en el Estado de Israel, es decir, en el estado moderno. El término israelita alude a los habitantes del antiguo reino de Israel y, como queda definido en el DLE, es sinónimo de hebreo: ‘Dicho de una persona: Del pueblo semítico que conquistó y habitó la antigua región de Palestina, también llamado israelita y judío’. Su confusión, a parte de por motivos fónicos, puede deberse a que los términos saudí y saudita sí son intercambiables, al igual que ocurre con chií y chiita. Por ello, es frecuente encontrar en los medios ejemplos como estos:

«Uno de los problemas a los que tendrán que enfrentarse las autoridades israelíes será cómo impedir a los activistas israelitas el ingreso al país si, según la Ley del Retorno de 1950, todo judío, cualquiera sea su nacionalidad, tiene derecho a establecerse en el país» (El País, 08//01/2018).

«El día en que de verdad israelitas y palestinos se sienten a negociar, Jerusalén será el capítulo más difícil para lograr un acuerdo» (Europa Press, 12/12/2017).

En ambos ejemplos lo apropiado hubiera sido utilizar el término israelí porque, como se señala en el Diccionario panhispánico de dudas, «no debe usarse la voz israelita como gentilicio del moderno Estado de Israel».

Otra confusión muy recurrente la generan los términos apóstrofe y apóstrofo. El primero de ellos procede del griego ἀποστροφή ‘escape’, ‘refugio’ y, a su vez, del verbo ἀποστρέφω ‘volver’, ‘apartar’, ‘abandonar’. Su significado actual es, como recoge el DLE, el de figura retórica que consiste en una ‘interpelación vehemente dirigida en segunda persona a una o varias, presentes o ausentes, vivas o muertas, o a seres abstractos, a cosas inanimadas, o a uno mismo’. También puede ser sinónimo de insulto. Por el contrario, el apóstrofo es un signo ortográfico auxiliar cuyo uso es, principalmente, el de indicar la elisión de sonidos (como en qu’es o pa’que). En inglés se utiliza para indicar la posesión —el llamado genitivo sajón—, como en My father’s dog.

En suma, la paronimia es un fenómeno propio de la etimología popular, que propicia cambios en las palabras, tanto de tipo gráfico como semántico. Esto ocurre cuando, por paronimia, palabras de nuestra lengua adquieren los significados de las palabras de otra lengua, lo que también se conoce como calco semántico. Es el caso de bizarro —por influencia de bizarre— o de aplicar —por semejanza con el inglés to apply—.