Leon Hunter

Nuestras lenguas son «vulgares»

Nuestras lenguas son «vulgares»

Nuestras lenguas son «vulgares»

Nuestra lengua es el producto de la evolución de una lengua vulgar. Este es un hecho indiscutible, a pesar de que ese adjetivo —en según qué contextos— suela contener una evidente carga peyorativa. Por ejemplo, si alguien nos dice abiertamente que somos vulgares, pronto advertiremos que está resaltando cualidades como la bajeza o la falta de educación. Sin embargo, con las lenguas no siempre ocurre lo mismo: el epíteto vulgar puede tener otra serie de connotaciones muy diferentes a las señaladas anteriormente.

En el Diccionario de la lengua española, el adjetivo vulgar queda definido de la siguiente manera en sus diferentes acepciones: «1. adj. ‘Perteneciente o relativo al vulgo’; 2. adj. ‘Dicho de una persona: que pertenece al vulgo’; 3. adj. ‘Que es impropio de personas cultas o educadas’; 4. ‘Común o general, por contraposición a especial o técnico’; 5. ‘Que no tiene especialidad particular en su línea’; 6. ‘Dicho de una lengua: que se habla actualmente, por contraposición a las lenguas sabias’». Esta última acepción resulta especialmente relevante para entender por qué algunas lenguas reciben el sobrenombre de vulgares. En la lengua, el término vulgar va asociado a las variedades diastráticas (niveles lingüísticos), que son las diferentes formas en las que los hablantes pueden usar una lengua en función de su nivel de instrucción. El nivel vulgar, en este caso, hace referencia a la falta de dominio de la lengua; se opone, por tanto, al nivel alto o culto, caracterizado por tener un amplio conocimiento de su idioma. Visto así, por consiguiente, parece que lo vulgar en la lengua no tiene connotaciones positivas y sí muchas negativas.

Un ejemplo: el latín vulgar

Sin embargo, la prueba fehaciente de la ausencia de carga peyorativa de dicho adjetivo la encontramos en lo que se denomina latín vulgar. Para definir este término es preciso recurrir a la obra El latín vulgar, de Jozsef Herman: «[…] llamamos latín vulgar al conjunto de innovaciones y tendencias evolutivas aparecidas en el uso —sobre todo oral— de las capas latinófonas no influidas o poco influidas por la enseñanza escolar y los modelos literarios» (2013, p. 14). Es decir, en este caso la lengua vulgar es la lengua que evoluciona, gracias en parte a la gente que la habla. Otra definición posible la ofrece Rafael Lapesa, quien contrapone el latín literario al latín vulgar: «Desde el momento en que la literatura fijó el tipo de la lengua escrita, se inició la separación entre el latín culto, que era el enseñado en las escuelas y el que todos pretendían escribir, y el latín empleado en la conversación de las gentes medias y de las masas populares […]. El habla vulgar seguía apegada a usos antiguos; pero a la vez progresaba en sus innovaciones […]» (1981, p. 72).

Ambas definiciones permiten entender dos cosas, principalmente: por una parte, las lenguas evolucionan y presentan cambios —o innovaciones— por el propio hecho de estar en funcionamiento, tal y como señalábamos en el blog hace unas semanas. De este modo, cualquier lengua actual podría ser llamada vulgar hoy en día, sobre todo si se tienen en cuenta todos los  vulgarismos y las transgresiones a la norma que se efectúan a diario por los hablantes de un determinado idioma. Un ejemplo: el uso iros en lugar de idos serviría para ver cómo una expresión —en teoría considerada vulgar y alejada del uso culto— se va popularizando hasta el punto de tener que reconocer que su uso está tan extendido que prácticamente nadie utiliza ya la forma idos.

Por otra parte, se podría entender que las lenguas vulgares se oponen, en realidad, a las lenguas muertas. El carácter cambiante de las primeras las opone a aquellas estancadas, fijadas y no influenciadas por el uso que sus hablantes hacen de ellas. Así pues, como asegura Wilfried Stroh en su obra El latín ha muerto. ¡Viva el latín!, la primera muerte del latín —el autor señala hasta cinco muertes de la lengua latina— se produjo en el siglo I, cuando «la lengua se petrificó y se convirtió en un idioma sin evolución» (2012, p. 358). Muchas de nuestras palabras más empleadas en el día a día proceden del habla vulgar. Esto se debe a un proceso de sustitución de palabras que aconteció en la lengua hablada. Aquí van algunos ejemplos:

LATÍN VULGAR SIGNIFICADO LATÍN CLÁSICO SIGNIFICADO Palabras relacionadas
«Casa» ‘cabaña’ «Domus» ‘casa’ «domicilio»
«Focus» > «Fuego» ‘hogar’ «Ignis» ‘fuego’ «ígneo», «ignífugo»
«Fabulari» > «Hablar» ‘hablar’ «Loquor» ‘hablar’ «elocuente», «locución»
«Bucca» > «boca» ‘mandíbula’ «Os» ‘boca’ «oral»
«Caballus» > «Caballo» ‘caballo de carga’ «Aequus» ‘caballo’ «equino»

Como se puede observar en la tabla, hay un buen número de palabras comunes hoy en día que proceden del latín vulgar, mientras que del latín clásico solo conservamos ciertos términos muy específicos. También cabe comparar con otras lenguas; por ejemplo, en francés encontramos la forma feu; en catalán, foc; en portugués, fogo; en italiano, fuoco, etc., todas ellas procedentes de la forma vulgar focus, cuyo significado se amplió y acabó sustituyendo a la forma culta ignis. Lo mismo ocurre con la palabra boca —procedente de esa forma vulgar bucca, que sustituyó a os— como se puede ver en francés (bouche), en italiano (bocca), o en portugués y catalán (boca).

En suma, parece que la noción de lo vulgar, al menos en lo que concierne a los idiomas, tiene una carga muy diferente por estar relacionada con los diferentes procesos evolutivos de las lenguas. Al final, lo vulgar es lo que está relacionado con la gente popular, la única dueña de sus respectivos idiomas.

Referencias bibliográficas:

Herman, J. (1997). El latín vulgar. Barcelona: Ariel.

Lapesa, R. (1981). Historia de la lengua española. Madrid: Gredos.

Stroh, W. (2012). El latín ha muerto. ¡Viva el latín! Barcelona: Ediciones del Subsuelo.