Origen y significado de Política
Partidos políticos, democracia, izquierda y derecha son lo primero que se nos viene a la mente cuando pensamos en definir la política. Personas con traje que negocian en el marco democrático que habitamos. Aunque podamos reducir la política a eso, esta se extiende a todos los asuntos de la vida, desde las famosas “Políticas de privacidad” que aceptamos sin leer hasta las relaciones familiares.
Podemos decir en pocas palabras que la política se ocupa de las relaciones entre personas y grupos de personas (entendidos como comunidades, desde empresas, vecinos o países), en las que para lograr una convivencia tenemos que encontrar un acuerdo. Dicho esto, en este artículo vamos a centrarnos en la política relacionada con el gobierno o control de comunidades a gran escala, conceptos que han sido clave a la hora de desarrollar la idea de política y autores que han influido en gran medida hasta el momento actual.
La palabra «política» proviene del griego politiká, que significa «asuntos de la polis» o «lo relacionado con la ciudad». Este término deriva de pólis, que designaba las ciudades-estado griegas, el principal núcleo de organización social y gubernamental en la antigüedad. Desde su origen, la política se ha vinculado con la administración del poder y la toma de decisiones colectivas. En la filosofía, la política se ha debatido desde la Antigüedad hasta la actualidad, evolucionando con el contexto social, económico y cultural de cada época.
Política en la Antigua Grecia: Democracia en Atenas
La antigua Grecia era un conjunto de ciudades-estado que se auto administraban, pero compartían cierta identidad cultural, como el idioma. De ahí surge la identidad del pueblo Heleno, pero las ciudades eran muy distintas, Esparta no tenía nada que ver con Atenas. Cada ciudad-estado administraba su política, considerando Atenas la cuna de la Democracia.
Los ciudadanos atenienses ejercían la política en sus ratos libres, y ser político era una carga. Los cargos políticos eran un peso sobre los hombros del pobre desgraciado al que le tocase el sorteo, pues se decidían al azar entre los ciudadanos. Tener un cargo político no otorgaba favores, o dinero, sino mucho trabajo burocrático. La visión era la siguiente: tenemos que organizarnos, por lo que lo haremos de la mejor forma posible, sin interés propio y por el beneficio de la comunidad.
Poco a poco, la Democracia Ateniense se rompe. Su caída se atribuye a la introducción de “las dietas de Pericles”, que otorgaban un pago a quien ejercía el cargo político, dejando este de ser un sorteo para volverse un trabajo. De esa manera, el interés contaminó la escena política. Sumado a eso, la debilidad del sistema democrático es que la decisiones son tomadas por la mayoría, y si la mayor parte de los ciudadanos han sido engañados o toman decisiones sin haberlas pensado detenidamente, el resultado es catastrófico. Por último, está la entrada de los Sofistas a la escena política.
Los sofistas fueron un grupo de pensadores que influyeron en la política griega con su enfoque pragmático y relativista. Filósofos como Protágoras y Gorgias sostenían que la verdad y la justicia eran construcciones humanas sujetas a interpretación. Su énfasis en la retórica y la persuasión los convirtió en figuras influyentes en la democracia ateniense, pero también fueron criticados por Platón y Aristóteles, quienes los acusaban de priorizar la eficacia argumentativa sobre la búsqueda de la verdad.
Usaban falacias (que se llaman sofismas en su honor cuando son empleadas con conocimiento) para convencer y engañar a su público. Ofrecían formación a los hijos de hombres poderosos a cambio de dinero para que emprendieran su carrera como políticos en la Atenas de Pericles. Esto supuso un cambio en la visión de la política, puesto que la prioridad ya no era organizar la comunidad y afrontar sus problemas de forma eficiente, sino convencer a la mayoría democrática a través de sofismas para lograr propósitos particulares a sus intereses.
Política, Religión y Ética en la Edad Media
Durante la Edad Media la política estuvo estrechamente ligada a la religión. La Iglesia católica ejerció un poder central en la organización social y política de Europa, justificando la autoridad de los monarcas a través del concepto de «derecho divino». Filósofos como San Agustín en La Ciudad de Dios argumentaban que el poder terrenal debía estar subordinado a la voluntad divina, mientras que Tomás de Aquino, en su síntesis aristotélica-cristiana, defendía que la política debía buscar el bien común, siempre en armonía con la ley natural establecida por Dios.
Si bien la política orbitaba en torno a favores e intereses, el fuerte poder papal lo sometía todo a Dios y la ética cristiana, por lo que cada gobierno estaba estrechamente ligados a valores y principios. Aunque los valores cristianos estuviesen retorcidos e interpretados de acuerdo a intereses particulares según el momento, nadie dudaba que la ética fuese un componente central de la política, pero todo cambiará con la llegada de Maquiavelo y su retrato de la política.
Maquiavelo y el Realismo Político
Con el Renacimiento, el pensamiento político tomó un giro secular y pragmático con Nicolás Maquiavelo. En El Príncipe, su obra más influyente, Maquiavelo rompe con la tradición medieval al analizar la política desde una perspectiva realista. Para él, la estabilidad del Estado es el objetivo supremo, y la “virtud” del gobernante debe estar dispuesto a utilizar la astucia del zorro y la fuerza del león para mantener el poder y derrocar a sus rivales. Su célebre frase «el fin justifica los medios» sintetiza su visión de la política como un campo autónomo de la moral, donde la eficacia y la estabilidad son más importantes que la honestidad. La transparencia y las intenciones sinceras son defectos, y solo se jugará bien a la política a través de sus propios códigos: traición, desconfianza e interés.
Maquiavelo introduce la noción de razón de Estado, según la cual los líderes deben tomar decisiones basadas en la necesidad política más que en principios éticos. Esta concepción influyó en la formación de los Estados modernos y en teorías posteriores sobre el poder y la gobernabilidad, pudiendo compararse con el utilitarismo frente al deber ético.
Tras la publicación de su obra Maquiavelo es demonizado como un hombre calculador y malintencionado, atribuyéndole la decadencia política. Lejos de ser eso la realidad, Maquiavelo describe cómo es la política en Florencia, y sorprendentemente, en gran parte del mundo hoy en día. En su obra El Príncipe, escribe una guía de como obtener y conservar el poder, un libro que recuerda a El arte de la Guerra de Sun Tzu por su carácter pragmático, entendiendo las relaciones humanas como una guerra.
La política de Hobbes en la democracia moderna
Thomas Hobbes es considerado uno de los padres de la filosofía política moderna. Tras la aportación de Maquiavelo, que supuso un punto de ruptura y cambio al sistema medieval, Hobbes propone un sistema político totalitario. Aunque su organización social difiere en algunos aspectos, la propuesta hobbesiana es clave a la hora de analizar la democracia contemporánea, puesto que esta bebe directamente de su obra El Leviatán.
Hobbes parte de una visión profundamente pesimista del estado natural del ser humano: una condición de guerra de todos contra todos, donde la vida sería “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Frente a este caos primitivo, Hobbes plantea la necesidad de un contrato social mediante el cual los individuos ceden parte de su libertad a una autoridad soberana, el Leviatán, que garantice el orden y la paz. Esta figura del soberano, aunque autoritaria, nace del consentimiento racional de los individuos que buscan escapar del miedo y la incertidumbre.
Si bien Hobbes no defendió la democracia, sus ideas son cruciales para comprender por qué las sociedades modernas siguen necesitando estructuras de poder sólidas. Hobbes nos recuerda que la autoridad legítima no surge de la fuerza, sino del pacto entre ciudadanos. Esta noción resuena en los fundamentos de la democracia: el poder emana del pueblo, pero solo es funcional cuando existe un marco institucional que limite el conflicto y garantice la seguridad común.
El Leviatán también plantea una advertencia que sigue vigente: sin un poder fuerte que haga cumplir las leyes, los derechos individuales no pueden sostenerse. La democracia no es simplemente la suma de libertades individuales, sino un delicado equilibrio entre derechos y deberes, entre libertad y obediencia a la ley. En este sentido, Hobbes aporta una visión complementaria a la tradición liberal: sin orden, la libertad se convierte en anarquía; sin normas comunes, la pluralidad degenera en conflicto permanente.
Además, en contextos de emergencia —como pandemias, guerras o crisis económicas— el pensamiento hobbesiano recobra fuerza al justificar medidas extraordinarias del Estado para preservar la seguridad colectiva. Esto ha generado debates actuales sobre el alcance del poder estatal, el control sobre la ciudadanía y los límites del contrato social en situaciones excepcionales.
Hobbes entiende que la política es una construcción social necesaria, un mal menor que tenemos que aceptar para imponer un orden. Recuerda a la razón de estado de Maquiavelo, sin embargo responde al interés general en lugar del particular como es en el caso del príncipe. Al final, Hobbes propone un Status Quo que la democracia moderna ha tomado de su modelo, siendo el Leviatán cuerpos como la policía y el sistema de justicia, que obran no de acuerdo a una aspiración ética, sino pragmática.
Para terminar de matizar a Hobbes, es necesario entender que para él seguridad y justicia son la clave del pacto social, si el Leviatán no está al servicio de aquellos que les ceden su libertad para garantizarles derechos, entonces su sistema se vuelve una tiranía más. Su modelo depende en gran parte de la confianza en el gobernante, y es difícil comparar ese sentido en un mundo repleto de noticias falsas, populismo y sensacionalismo político. La reflexión más importante que puede aportarnos Hobbes es la siguiente: si el Leviatán democrático (la policía, el sistema judicial, el sistema político) está al servicio del poder económico por encima del de los ciudadanos, ¿Vivimos realmente en un pacto social? O estamos gobernados por el príncipe de Maquiavelo, que nos domina haciéndonos creer libres…
La política de mañana
La política parece ser un mal necesario para llegar al acuerdo en grandes comunidades, y puede obrar tanto para organizarnos positivamente como para someternos a una voluntad de un particular. Hay dos formas de concebir la política: la primera es como vocación y deber deontológico hacia la comunidad, un gobierno ético en el que el poder se pliega ante los intereses y bienestar comunes. Hemos encontrado este modelo en la antigua Grecia, en pequeñas comunidades indígenas autogestionadas, en la teoría de Hobbes. La comunidad y su bienestar son el objetivo político, hay confianza y respeto hacia la figura que lidera y organiza.
Después, está el gobernante que usará todo recurso a su alcance para satisfacer sus intereses personales, ya sean económicos, sociales o políticos. La prioridad es el propio interés, y usa el poder que cada ciudadano le otorga, para favorecerse a sí mismo o aquellos a quienes él decide. Este modelo destaca por la falta de confianza que tienen los ciudadanos en sus dirigentes, cayendo siempre en una tiranía. Este modelo está en dictaduras, y cada día más instaurado en democracias.
La pregunta que nos tenemos que hacer como ciudadanos es en qué modelo queremos estar. El poder tan solo existe cuando es reconocido, otorgamos nuestro poder de decisión a los gobernantes, a cambio de garantías y derechos ellos tienen nuestro trabajo y nuestra libertad. Si no exigimos un cambio de modelo hacia un gobierno justo y de confianza, llegarán príncipes de distintos partidos y colores para ascender en un sistema cada vez más corrupto y menos confiable. ¿Qué podemos hacer para evitar la tiranía?