Leon Hunter

¿Por qué traducimos «London» y no «Budapest»?

¿Por qué traducimos «London» y no «Budapest»?

¿Por qué traducimos «London» y no «Budapest»?

¿Por qué traducimos London y no Budapest?

El tratamiento de los topónimos en castellano es una cuestión difícil y ciertamente enrevesada, sujeta al uso de los hablantes, pero también a lo que dictaminen las leyes, como veremos más adelante. La pregunta del título puede que tenga una respuesta obvia o, quizá, la respuesta sea un simple «porque no hay equivalentes en castellano». En otras lenguas, como el italiano, conocen como Londra a lo que nosotros llamamos Londres, y en portugués, verbigracia, el nombre de Budapest varía ligeramente: Budapeste.

Exónimo y endónimo… ¿Qué son?

Para entender por qué se traducen los nombres de las ciudades es preciso manejar los términos exónimo y endónimo. El primero de ellos, según la Ortografía de la lengua española (§3.1.2, p. 642), se refiere al término «con que una comunidad de hablantes nombra un lugar que se encuentra fuera del ámbito de influencia de su lengua» —e.g., Múnich o Burdeos en castellano—. El endónimo, por el contrario, alude al término que utilizan los hablantes del lugar en la lengua autóctona —por poner los mismos ejemplos, en bávaro Minga y en francés Bordeaux—. Así pues, en nuestra lengua utilizamos el nombre de Alemania (exónimo) para hablar de aquel país al que los alemanes llaman Deutschland (endónimo). De igual manera, un turco llamará Ispaniya (exónimo) a lo que los españoles denominamos España (endónimo). Algunos exónimos destacados de ciudades españolas serían Seville (exónimo inglés), Saragossa (exónimo alemán), Barcelone (exónimo francés) o Gibilterra (exónimo italiano para nombrar Gibraltar).

No obstante, también en la OLE (§ 3.2.2, p. 644) se especifica que actualmente hay cierta tendencia a no traducir los topónimos extranjeros. Aunque, en caso de que exista una forma tradicional que esté asentada por lo hispanohablantes —como ocurre con los nombres de algunas ciudades como Calcuta, Esmirna o Bombay—, lo pertinente será seguir utilizando los exónimos tradicionales. Además, también puede ocurrir el caso contrario: ciudades como Bremen (Brema en castellano), Lille (antes Lila) o Maastricht (antes Mastrique) han asentado sus propios endónimos, es decir, los nombres con los que la gente de esos lugares conoce tales ciudades. En otras ocasiones, en nuestra lengua encontramos exónimos traducidos que poco tienen que ver con los endónimos. Ejemplos evidentes los encontramos en los casos de Finlandia, Albania o Croacia, exónimos con los que conocemos a Suomi, Shqipëria y Hrvatska, respectivamente. También puede ocurrir que la traducción al castellano del topónimo sea literal, como ocurre con Países Bajos (Nederland) o Casablanca (ad-Dār al-Baīḍa, lit. «La casa blanca»).

Nombres hispanizados

Ahora bien, ¿por qué traducimos London por Londres y no Budapest? Hay ciudades cuyos nombres están plenamente hispanizados, como París, Dublín, Berlín o Marsella. Todos estos términos tienen vigencia en nuestra lengua, pues los endónimos —Paris, Dublin, Berlin y Marseille, respectivamente— se han adaptado gráfica y fonéticamente a nuestra lengua. Con el caso de Londres ocurre algo parecido: en italiano se dice Londra, en francés Londres, en portugués Londres y en griego Λονδίνο, este último formado a partir del término inglés (o quizá del lat. Londinium). En otros casos, como en alemán, en croata o en ruso, la forma vigente es London. O lo que es lo mismo: se mantiene el endónimo. Por este motivo, en castellano no encontramos un equivalente a Budapest. Es decir, no existe un topónimo tradicional que esté asentado en el uso cotidiano para traducirlo. Lo mismo ocurre, verbigracia, con otras ciudades como Detroit, Oxford, Houston o Melbourne. Al no existir un equivalente en español, se respeta la grafía y la acentuación de estos nombres en sus lenguas de origen. Una explicación aproximada sobre por qué unos términos se traducen la encontramos en la OLE (2010):

El hecho de que, en su mayoría, los topónimos extranjeros presentes en nuestra lengua se hayan generado a partir de la forma autóctona no implica, sobre todo en el caso de los topónimos mayores de uso frecuente, que deban permanecer inalterados: al igual que las voces pertenecientes a otros sectores del léxico, estas denominaciones tienden de manera natural a integrarse en nuestro sistema gráfico-fonológico. En cambio, los topónimos menores a los que se alude de modo más esporádico o discontinuo, no suelen alcanzar a verse involucrados en esos procesos de adaptación (§ 3.2.1, p. 645).

Es posible, por tanto, que la importancia que tenga la ciudad para los hablantes sea lo que establezca en la lengua adaptaciones gráficas de los topónimos, como en el caso de Londres. Es decir, aquellas ciudades con mayor presencia en una lengua —por razones históricas, económicas, geográficas o sociológicas— tienden a ser traducidas, si bien como se mencionaba líneas atrás esa tendencia desciende en nuestros días. Por ejemplo, en su momento, por la importancia que tuvieron en la historia de España, se tradujeron al castellano los nombres del ya mencionado Maastricht (ciudad conocida por el sitio de Mastrique), Ankara (Angora), Toulouse (Tolosa) o Aachen (recuérdese la Escuela palatina de Aquisgrán). Sin embargo, hoy en día estos topónimos traducidos han caído en desuso en favor de la forma local o endónimo.

El uso hace la norma

En definitiva, con el uso de los topónimos observamos cómo en la lengua está asentado aquello de que «es el uso el que hace la norma», y no al contrario. Con el paso del tiempo, ha habido ciudades o países cuyos nombres han cambiado legalmente y los hablantes siguen denominado de la forma antigua —como ocurre con el uso de Birmania en lugar de Myanmar—, o bien los hablantes han preferido la forma autóctona a la ya establecida en su lengua —como en los casos de Bremen o Lille—. En cualquier caso, se trata de una cuestión puramente referencial. O dicho de otro modo: a Napoleón podremos conocerlo como «el vencedor de Jena» o «el vencido de Waterloo», pero de todas formas sabemos quién es el referente. Con las ciudades ocurre lo mismo. Excepto con Bangkok, cuyo nombre en castellano evita que nombremos su endónimo: Krungthepmahanakhon Amonrattanakosin Mahintharayutthaya Mahadilokphop Noppharatratchathaniburirom Udomratchaniwetmahasathan Amonphimanawatansathit Sakkathattiyawitsanukamprasit (para ver cómo se pronuncia, véase este vídeo).

 

Referencias bibliográficas:

Escandell Vidal, M. V. (2007). Apuntes de semántica léxica. Madrid: UNED.
Real Academia Española (2014). Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa.
Real Academia Española (2010). Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa.