Leon Hunter

¿Son necesarias las lenguas francas?

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Lenguas francas

«Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras» (Génesis 11:1-9).

Del mito de la torre de Babel se pueden extraer múltiples lecturas. Una de tantas es la que relaciona la diversidad de lenguas con el castigo divino. Cuando la lengua era una sola en todo el mundo —según la tradición judeocristiana—, los humanos podían alcanzar todo aquello que se propusieran, puesto que la comunicación entre ellos permitía que alcanzaran cualquier propósito, incluso el de construir una torre —concretamente, en la llanura de Senaar, también conocida como Mesopotamia— que llegara hasta el cielo. Según el mito, la diversidad de lenguas acarrea inevitablemente la confusión entre los individuos de una comunidad y, como consecuencia, esta última se ve debilitada.

Al margen de explicaciones bíblicas, la realidad es que en el mundo, según las últimas estimaciones de The Ethologue: Languages of the World, hay en torno a 7000 lenguas. Algunas de ellas abarcan un número muy amplio de hablantes nativos —por ejemplo, se estima que hay en torno a 500 millones de hablantes de español—; por el contrario, el número de hablantes nativos de ciertas lenguas apenas alcanza la centena. Cuando los humanos hemos tenido que comunicarnos con otras comunidades que tenían diferentes lenguas, lo hemos hecho de muchas formas. Así han surgido los pidgin, que son aquellos sistemas mixtos formados sobre la base de varias lenguas que se utilizan en ámbitos comerciales, cuando establecen contacto personas de lenguas diferentes. Un ejemplo de pidgin es el sabir, una lengua utilizada como medio de comunicación para el comercio en el Mediterráneo.

Del sabir se ha dicho que fue la lingua franca del Mediterráneo, pues era un sistema que permitía la comunicación entre individuos cuyas lenguas maternas eran distintas. No obstante, conviene mencionar que la expresión lingua franca —o lengua franca— puede aludir a diferentes realidades que, aunque similares, manifiestan diferencias significativas. Si acudimos al Diccionario de la lengua española, advertiremos que la noción de pidgin y lengua franca es exactamente la misma: ‘lengua mixta, creada sobre la base de una lengua determinada y con la aportación de numerosos elementos de otra u otras, que usan especialmente en enclaves comerciales hablantes de diferentes idiomas para relacionarse entre sí’.

Sin embargo, la expresión lengua franca también puede hacer referencia a una lengua común utilizada entre hablantes de diferentes lenguas, sin que tenga que ser una lengua mixta. El ejemplo más evidente es el del inglés; un español y un iraní, si ninguno de ellos conoce la lengua del otro, deciden utilizar el inglés para comunicarse. En ese caso, el inglés cumple la función de lengua franca, entendida esta como aquella lengua que permite la comunicación entre personas con diferente lengua materna. Esto es lo que se conoce como inglés como lengua franca o inglés como lengua internacional: «When English is chosen as the means of communication among people from different first language backgrounds, across linguacultural boundaries, the preferred term is ‘English as a lingua franca’ […]» (Seidlhofer, 2005, p. 339).

Lenguas francas y lenguas internacionales

En la actualidad, se considera que hay multitud de lenguas francas, entendidas no como lenguas mixtas sino como lenguas que utilizan personas que no comparten la misma lengua. En la zona oriental de África el swahili se considera la lengua franca, mientras que el afrikaans tiene el mismo papel en Sudáfrica y Namibia. Del mismo modo, el hebreo sirve como lengua franca entre judíos con diferentes lenguas maternas. Y si nos remontamos unos siglos atrás, desde finales de la Edad Media hasta el siglo XVIII, el latín tuvo esa misma función aun cuando comenzaron a surgir las diferentes lenguas romances. El latín era la lengua en la que se divulgaba el conocimiento, de forma que existía una lengua que ya no era nativa de nadie, pero que servía como punto de encuentro para la comunidad científica.

Conviene aludir también a la noción de lengua internacional, que difiere en buena medida de la lengua franca. Una lengua internacional es aquella que permite que un mexicano y un uruguayo se comuniquen y se entiendan sin problema alguno. Pero ambos son hablantes nativos de esa lengua en la que se comunican. Por tanto, hay multitud de lenguas que podríamos considerar internacionales: el inglés, el español o el francés son buenos ejemplos de ello, puesto que permiten que hablantes de diferentes naciones se comuniquen entre sí y sean, a la vez, sus lenguas maternas. El inglés es, hoy en día, la lengua que goza del carácter internacional —por ser lengua oficial o de comunicación en múltiples países— y de ser una lengua franca, pues es la lengua que de forma tácita han acordado utilizar los hablantes de otras lenguas. Ahora bien, que el inglés sea en nuestros días la lengua en la que un brasileño y un francés deciden comunicarse responde a cuestiones alejadas de lo estrictamente lingüístico.

Las lenguas francas resultan —y han resultado— de innegable utilidad, pues permiten la necesaria comunicación entre comunidades de habla distintas. Como hemos visto, el concepto de lengua franca no es del todo nítido, puesto que puede hacer referencia tanto a una lengua mixta creada sobre la base de otra como a una lengua que, de forma previamente acordada, utilizan hablantes de diferentes lenguas maternas. Ahora bien, conviene plantearse si el hecho de que exista una lengua franca que sea, a su vez, la lengua nativa de 400 millones de personas —esto es, el inglés— no genera desigualdades en lo que atañe a las competencias comunicativas de los hablantes. Un hablante nativo de inglés tendrá, a priori, mayores competencias en dicha lengua que un hablante nativo de árabe o portugués. Además, la condición de lengua franca del inglés le confiere a sus hablantes la posibilidad de no tener que aprender más lenguas, puesto que los hablantes de otras lenguas han de aprender el inglés para comunicarse tanto con los angloparlantes como con los hablantes del resto de lenguas. Una posible solución a esta situación podrá venir de la mano de los traductores automáticos que permitan que cada interlocutor se comunique en su lengua materna. Quizá de esta manera podría mantenerse la diversidad de las lenguas —hoy amenazadas ante la bíblica idea del inglés como lengua global— y asegurar, por tanto, la riqueza cultural que nos caracteriza y diferencia.