¿Por qué no somos nuestros mejores traductores?
Incluso es un problema que estamos encontrando en campos tan alejados de la traducción editorial como las traducciones oficiales… Y es que ya permiten para muchos procesos a los interesados «autotraducirse» los textos, pero se ven incapaces. Puede que la traducción no la puedan hacer de la forma más indicada para el proceso en cuestión. O de la forma indicada para la mejor defensa de sus legítimos intereses. Sin duda, los mejores traductores son los que tienen años de experiencia.
¿Los autores somos los mejores traductores?
En muchas ocasiones los autores somos ególatras. Esa egolatría nos hace reticentes a confiar parte de nuestra obra a otro profesional. No nos gusta ver la mano de otro en nuestro trabajo. Sin embargo en muchas ocasiones es una obligación. Por ejemplo al escribir un libro o realizar una traducción. Nos creemos los mejores traductores y editores de nosotros mismos.
Es obvio que para que un libro esté bien publicado necesita un editor… También lo es que un corrector debe supervisar el texto para corregir sus faltas. Se necesita un traductor para realizar una buena versión de nuestro trabajo en otro idioma.
Sin embargo a una gran parte de los autores les cuesta entender estas obviedades. Sobre todo cuando poseen conocimientos de otras lenguas. En estos casos deciden encargarse ellos de la traducción, y ahorrarse el presupuesto que le solicitaría un traductor externo.
La soberbia de creernos los mejores traductores de nuestra propia obra
Una de las causas por las que ocurre esto es el miedo a perder el estilo que cada autor tenemos al escribir. Normalmente el estilo es algo que caracteriza a un profesional o a otro, es su huella personal.
Muchos pensamos que delegar parte del trabajo a otro para que revise y corrija los textos nos hace perder parte de nuestra identidad como autor. Por ello nos resistimos a perder ese orgullo como “padre de la criatura”, aún a sabiendas de que tal vez estemos perdiendo parte de nuestro objetivo. Realmente para muchos delegar en otro resulta un altercado a nuestra identidad creativa.
Esto ocurre en muchos campos dentro de lo que es la redacción profesional de textos, desde la corrección ortotipográfica hasta la edición. Una gran parte de los escritores pueden ser auténticos genios describiendo diálogos o paisajes. Pero si no se fijan en los posibles errores gramaticales y ortográficos que pueden cometer provocan tal confusión entre sus lectores que haga que no acaben de entender el sentido del texto, y por ello acaben abandonando su lectura.
Por eso es tan importante la figura del corrector y del editor. Con el tema de la traducción de nuestros trabajos ocurre algo similar. Pensamos que, si podemos escribir y expresarnos en el idioma al que debemos trasladar nuestros textos, ya estamos lo suficientemente capacitados como para realizar esa traducción por nuestra cuenta porque, ¿quién podría expresar el sentido que hemos dado a nuestro trabajo mejor que nosotros mismos?
Además, solemos apegarnos al famoso dicho “traduttore traitore” con el cual pensamos falsamente que confiando ese trabajo a otro se va a perder buena parte del sentido o de la identidad del texto, y finalmente decidimos ocuparnos de esa tarea con nuestras propias manos.
Un traductor nos evita un fracaso casi seguro
Cuando trabajamos de esta manera solemos recibir a cambio un estrepitoso fracaso. No podemos hacer todo el trabajo solos. Por mucho que creamos conocer el idioma de destino. A no ser que seamos auténticos superdotados, la supervisión externa siempre es necesaria. Mucho más cuando hablamos de un trabajo profesional. Debemos actuar con lógica y no dejar nuestra labor al azar. Sí, existen traductores más óptimos de nuestro trabajo que nosotros mismos.
Muchos, sin embargo, se resisten a admitir las razones del fracaso. Para justificarse tienden a culpabilizar al cliente. Pero no creen posible que el fallo se encuentre en su traducción. A la larga esta actitud provoca tantos fracasos que esos profesionales dejan de recibir pedidos de traducciones.
Sin embargo, el motivo de nuestro fracaso como proveedor de textos responde a los típicos descuidos que cometemos cuando pensamos que nuestra forma de redactar o traducir es la más apropiada. En realidad, abordar una labor tan compleja como una traducción por tu cuenta es una auténtica locura. Los motivos para considerar esto son obvios, aunque no esté de más mencionarlos: los errores gramaticales y de expresión; el empleo de “false friends” y la traducción literal de expresiones vulgares que no tienen sentido en la lengua objeto. Estos son errores que hacen que el cliente pierda por completo la comprensión del texto, y por ello acabe rechazándolo.
Un traductor logra que tu texto satisfaga a tu cliente
Una traducción perfecta requiere de mucho más que saber escribir y expresarse en el idioma. Cada lengua posee una serie de reglas y necesidades no escritas y muchas veces se requiere de una cualificación especializada para saber interpretarlas. Por ello, se debe recurrir a un profesional que sí resulte apto para esa tarea. Aunque eso signifique perder parte del beneficio que deseábamos obtener con ese trabajo.
Cada cliente tiene unas expectativas determinadas cuando solicita un servicio. Ese es otro argumento por el que es apropiado contar con el auxilio de un traductor. La figura del traductor puede aconsejarnos sobre la forma que debemos dar a nuestros textos. Así conseguiremos satisfacer al cliente. De esta forma se evita una traducción estándar, tal vez repleta de errores involuntarios. El cliente no juzga por qué están esos errores. Simplemente se percata de ellos. Lo que puede ocurrir es que rechace el trabajo por esa causa.
Por todas las razones expuestas los autores que trabajamos de forma autónoma deberíamos olvidar muchos de nuestros prejuicios. Apoyarnos en los socios adecuados para que el trabajo resulte exitoso. No cuidar esto puede derivar en una experiencia desagradable que provoque mala reputación. Porque siempre existe ese riesgo que en este caso es fácilmente salvable.
Buscar ayuda para «parecer» uno de los mejores traductores puede ayudarnos en el futuro
Respecto a la cuestión que muchos pueden plantearse aún, el tema del inviolable estilo propio que es nuestra huella personal. En realidad no es más que una muestra de falso orgullo. Un traductor profesional es completamente capaz de captar nuestra intención en su trabajo.
Es cierto que tal vez en algunos casos nos pedirá consejo sobre qué deseábamos transmitir con aquella expresión o tal otra. Pero mejor que sean ellos quienes hagan esas preguntas a que sea el cliente. Imagínate que tú eres el cliente y te encuentras con una expresión sin sentido. Seguramente acabarás tirando la toalla y depositando la traducción en la papelera. Seguidamente buscarás los mejores traductores para tu próximo proyecto.
Finalmente, insistimos en que debemos terminar con el falso mito de que no hay mejor traductor que uno mismo. Un traductor profesional es nuestro mejor aliado para ofrecer un servicio correcto a nuestros clientes extranjeros. Debemos también considerar que su buena labor puede ayudarnos a conseguir más clientes foráneos en el futuro. Por lo cual un servicio de traducción no es un gasto, sino una inversión, que puede darnos beneficios más adelante. Mucho más en una sociedad globalizada como en la que vivimos.
Sí, gracias a la ayuda profesional, logramos que los clientes nos vean como los mejores traductores, seguramente conseguiremos que sus encargos acaben por amontonarse en nuestra mesa. Habremos conseguido así un gran éxito.
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